Una mañana
de enero de 1982, el director de Música del Ministerio de Cultura, Maurice
Fleuret, me hizo llegar una nota en la que señalaba que los franceses poseían
más de cuatro millones de instrumentos musicales. Tres cuartas partes de dichos
instrumentos agonizaban en armarios, graneros y sótanos, antes de ir a morir en
los cubos de basura y en los vertederos. No pude sino lamentarme por el destino
de este patrimonio.
El contenido
de esta nota se reveló más tarde menos funesto. ¿Por qué aquellos violonchelos,
aquellas guitarras, aquellos trombones de llaves, aquellos timbales, aquellos
triángulos y aquellos bombos no podían despertar un día al año, ser restaurados,
emitir un sonido, encontrar un intérprete, encandilar un oído ? ¿Por qué quienes
supieran tocarlos, profesionales y aficionados, no podían ese día expresarse con
total libertad, en locales y al aire libre, en todas partes, en las plazas, en
los pórticos, en las puertas de los conservatorios y bajo los toldos de los
cafés, por el simple placer de tocar ? A este concierto gigante únicamente le
faltaba un nombre, una fecha y un príncipe azul que despertase a la bella
durmiente del bosque.
La primera
Fiesta de la Música fue el 21 de junio de 1982. Llevaba el bello nombre de «
Haced música »... (en francés, Faites de la musique, que tiene el mismo sonido
que Fête de la musique [Fiesta de la Música]). La fecha, el solsticio de verano,
el día más largo, que compite con el de San Juan y sus fuegos, tres días
después. Y el director de Música del Ministerio de Cultura desempeñó el papel de
joven príncipe. Para no provocar a aquellos y aquellas que, por una u otra
razón, abominan la música y la confunden con escándalo nocturno, la fiesta se
celebraría entre las 20.30 y las 21 h. Lo variado de las intervenciones y la
multiplicidad de los lugares elegidos harían de esta primera fiesta un
acontecimiento inédito. Los melómanos invadirían multitud de monumentos, de
calles, de plazas. De Calais a Menton, todo era euforia. En París, la banda de
la Guardia Republicana desfiló a caballo por la avenida de la Ópera, coros
infantiles interpretaron a capella corales de Poulenc y de Britten en los
quioscos de música, cuartetos de cuerda hacían sonar a Brahms y a Schumann en
los patios de las mansiones de Rohan y de Albret, la orquesta de la Ópera de
París interpretó la Sinfonía fantástica de Berlioz en la escalinata del palacio
Garnier, los músicos celtas se dieron cita en la explanada de la estación de
Montparnasse y los medios de comunicación plantaron sus podios en la plaza de la
República, en la de la Bastilla y en la explanada del Trocadero.
Por fortuna,
mantuvimos esta idea. Desde el año siguiente desaparecieron las restricciones
horarias. En la actualidad, y con un éxito creciente durante 18 años, la fiesta
sigue el ritmo de las costumbres. Orquestas, bandas, grupos de jazz, de rock,
grupos pop, músicas tecno, world music, funk-rap, gospel, coros profanos y
sacros, artistas de variedades, músicos regionales, músicos de todo el mundo
festejan la música cada 21 de junio. Lo mismo que nuestra fiesta nacional es el
14 de julio, la del Trabajo el 1 de mayo y la de la Victoria el 8 de mayo, el 21
de junio es la fiesta, no ya de san Rodolfo, joven mártir olvidado, sino de
todos los músicos. Aunque no aparezca señalada como « Fiesta de la Música » en
los plannings de las agendas o en los calendarios de Correos, y aunque aún no
sea festivo…
¿Qué es la Fiesta de la Música ?
Es la ocasión
que se ofrece a los aficionados y los profesionales, y que ahora aprovechan sin
dudarlo, de expresarse allá donde quieran, de día y de noche : el vestíbulo de
una estación, el patio de un colegio, el interior de catedrales e iglesias, la
terraza de un café o de una cervecería, la escalinata de un ayuntamiento, un
monumento, una prefectura, una callejuela, una prisión, etc. Los aficionados,
que tienen fama de tímidos cuando han de cantar o tocar un instrumento en
público, disfrutan de la oportunidad de expresarse con total libertad. Además,
la fiesta no supone una carga presupuestaria para la administración cultural, la
regional o la municipal. Basta con un cartel, la lista de los lugares de
actuación en toda Francia, información telefónica y por Internet, la supresión,
por ese día, de los derechos de autor, un aumento en el número de trenes que
comunican con el extrarradio, y mantener en servicio las líneas de autobuses y
metro hasta el amanecer.
Se podrá
asistir a conciertos excepcionales : jubilados cantando a Palestrina y a Gounod
al fondo de un callejón, un solista de 12 años tocando un concierto para violín
y orquesta, él al violín y la orquesta en la longitud de onda 91.70 de France
Musique, artistas de variedades cantando en hospitales, un músico tocando la
armónica en el guardacantón de una entrada de coches, dos pianistas
interpretando una fantasía de Schubert en sendos pisos de un mismo edificio, con
las ventanas totalmente abiertas, mujeres repartiendo partituras de Si tu
t’imagines, de Kosma, o de La chanson pour l’auvergnat, de Brassens, a los que
pasan, para que las canten a los sones de un acordeón, cortejos de
percusionistas, un concierto de música polaca en un templo abierto sólo para la
ocasión, cantos ídish en un museo al aire libre, melodías escandinavas
acompañadas a la nickelharpa en el jardín de un centro cultural, Higelin
cantando Beauté crachée en una carroza que desciende desde la plaza de la
República hasta la de la Bastilla, música folclórica en el metro o una imitación
balbuceante de Freddie Mercury en el patio de un colegio.
Aunque algunos
profesionales denuncian la Fiesta de la Música como una operación vulgarizadora
y otros como una forma de que las marcas patrocinadoras y los medios de
comunicación saquen partido a los espectáculos que producen en París, es una
oportunidad para todos los públicos de disfrutar y sensibilizarse con todas las
músicas. Un ceremonial de más de 1.500 conciertos en una noche, sin grandes
incidentes.
Una fiesta mundial
La Fiesta de
la Música se internacionaliza. Porque es alegre, porque es la única que supera
las lenguas y las escrituras, porque prescinde de los políticos, porque es
diversa y popular, porque todas las personas del mundo son melómanas aún a su
pesar, porque puede llegar a convertirse en la primera fiesta mundial. En 2000,
la Fiesta de la Música se ha celebrado en más de un centenar de países : en los
15 de la Unión Europea y también en Polonia, Egipto, Siria, Marruecos, Camboya,
Vietnam, el Congo, Camerún, Togo, Chile, Nicaragua, Japón, etc. El Himno a la
alegría en la Puerta de Brandemburgo, en Berlín, todas las músicas electrónicas
en la plaza de la Moneda de Bruselas, más de 200 conciertos en las calles de
Barcelona, paradas musicales en las avenidas atenienses, Camiones de la Música
en las calles de Estambul, conciertos en el Metropolitan de Nueva York, el
Spirit of Music en San Francisco, etcétera.
Aquella
primera fiesta crearía escuela. Una idea para sensibilizar a unos y a otros en
un arte o en un drama. Las Jornadas del Patrimonio, el último fin de semana de
septiembre, la Primavera de los Poetas, la Fiesta del Cine, la Fiesta del Libro,
en octubre, la semana de la Fiesta de la Ciencia, que comenzó en 1991, también
en octubre, la Techno Parade, el segundo sábado de septiembre, o el Día Mundial
contra el SIDA, instituido en 1988 : estos días llegarán a imponer su ritmo en
nuestros calendarios del mismo modo en que aún lo hacen los santos y las santas.
* Christian
Dupavillon es arquitecto e inspector general de la Administración de Asuntos
Culturales. En 1982 era asesor técnico del equipo del Ministro de Cultura.
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